Este es un tema de la mayor importancia. En primer lugar, porque como dice el eminente pedagogo español López Quintás, el fin último de la educación no es solamen-te que los chicos aprendan, sino que sean felices. Pero además un buen clima de convivencia ayuda al proceso de enseñanza-aprendizaje. Finalmente, si el colegio aspira a ser católico, eso se debe notar mucho más en el amor con que nos tratemos unos a otros que en saberse el catecismo de memoria.

¿Cómo se logra ese buen clima de relación? Eso parte de las actitudes que tomamos los adultos. Si nosotros somos gritones, los chicos serán gritones. Si nosotros somos agresivos, los chicos serán agresivos. Esto vale tanto para la casa como para el colegio.

Por eso la clave está en que los docentes tengamos una buena actitud entre nosotros y para con los chicos. Una actitud que puede resumirse en tres palabras: seguridad, cariño y alegría. Siempre se transmite más con el ejemplo que con las palabras.

Por último, está el famoso tema de los límites. En nuestra experiencia hemos comprobado que si los límites son lógicos y claros, si se explican con sencillez, y se marcan con serenidad y cariño, los chicos no sólo los aceptan con naturalidad, sino que los internalizan fácilmente. Y así se logra que los chicos sean respetuosos, educados y cariñosos, sin perder su espontaneidad.

Nuestra experiencia nos muestra que este buen clima elimina los problemas disciplinarios. No porque los chicos no hagan travesuras (son niños, serán adolescentes). Sino porque se corrigen sin perder la cordialidad y el afecto, y una corrección así, siempre es bien recibida. Esto no es una teoría, sino lo que hemos logrado en otros establecimientos educativos.